24 de Mayo de 2015
Entrevista. Luisa Valenzuela. Escritora
“Cada viaje propone una revisión”
En su libro Diario de máscaras, editado por Capital Intelectual, presenta una visión particular de la memoria a través de su colección personal. Algo que le permite revisar los caminos de la humanidad.

“El hombre es menos él mismo cuando habla en su propia persona. Denle una máscara
y les dirá la verdad.”
Oscar Wilde
y les dirá la verdad.”
Oscar Wilde
Como se puede ver, las máscaras y los libros colonizaron mi casa”, dice aMiradas la Sur la escritora argentina Luisa Valenzuela, sobre Diario de máscaras, su último libro. Allí, utiliza las máscaras que acopió apasionadamente en sus viajes desde Nuevo México a Nueva Guinea, desde la Amazonia a Corea o desde el Chaco a Nueva York. Habla de las máscaras, de sus historias y contextos particulares. Pero detrás de anécdotas de viaje, de retratos de rituales y ceremonias, puede leerse el tema que más ocupó la atención en su literatura: qué pasa con el ser humano. Valenzuela incursiona así en sus festejos, en cómo vive los duelos, en qué lo lleva a desnudarse o a encerrarse, en qué lo libera o lo domina.
Valenzuela es novelista, ensayista, cuentista y periodista. Vive intensamente la palabra desde su niñez, ya que es hija de la escritora Luisa Mercedes Levinson y en su casa se encontraban varios de los grandes escritores argentinos.
Sus textos tienen un marcado posicionamiento feminista y un fuerte cuestionamiento de las opresiones, provengan de donde provengan. La ironía y la sensualidad son también marcas propias. La censura de la última dictadura la llevó a exiliarse en los Estados Unidos.
Escribe en su casa, donde tiene un estudio que había sido un antiguo y enorme galpón donde se fabricaban ductos para aires acondicionados. Los libros y las máscaras tienen sus paredes semicubiertas. Su espacio de creación es una habitación cargada de imágenes que transmiten una fuerte energía visual. Imposible no detenerse a mirar. Imposible no sentirse observado por ellas. “Siguen un orden –revela– aunque fue azaroso. Al sur, quedaron las de los diablos; la mayoría de las mexicanas, al norte; al este, las africanas; las de Oriente, al Occidente”. De alguna forma dibujan un mapamundi al revés. Nunca las cambia. Quedan donde las coloca. Y no tiene ningún tipo de ritual que la atrape respecto de su utilización. “Escribir sobre máscaras es una forma de calárselas y salir a bailar con ellas, devolviéndolas a la vida”, dice.
–¿Qué son las máscaras?
–Me lo pregunto todo el tiempo. ¿Qué son en verdad? ¿Son objetos de uso, esculturas, obras de arte, piezas coleccionables? Yo creo que nada de eso y nada de lo otro. Como en los pases de prestidigitación, nada por aquí, nada por allá, y de golpe: todo. La máscara es un puente entre los mundos, el palpable y el imaginario. Un vehículo que nos transporta al no-tiempo sagrado. Una oración hecha materia, un intermediario para hablar con los dioses, un escudo ante lo desconocido. Es en sí misma un rito de exorcismo, de limpieza, de curación, de alegría desenfadada. O puede ser el más puro maleficio. Es un texto en código. Sagradas, aunque profanas, son la alegría de poder ser simultáneamente uno mismo y el otro. Y mucho más. Cualquier definición resulta incompleta; las máscaras, al igual que el lenguaje, abarcan lo múltiple cuando permitimos que se abran a la compleja ambigüedad. Cuando intentamos precisar, definir, la cosa se complica. Las máscaras son la dualidad hecha materia. Roger Caillois sostiene que la máscara es universal al hombre, mucho más que la rueda o cualquier otro artefacto; pero sólo se accede a la civilización abandonando la máscara. Me gusta eso. La palabra “persona” viene del griego y en su acepción más profunda significa “máscara”. También los romanos utilizaron la palabra “persona” para definir a la máscara que se utilizaba para amplificar la voz. En definitiva, los seres humanos somos una máscara.
–Como la referencia de Oscar Wilde con que inicia su libro: “Denle al hombre una máscara y les dirá la verdad”…
–Hay quienes trabajan terapéuticamente con máscaras para que se expresen realmente. Uno siente que pertenece a otra dimensión donde lo propio pertenece a un todo o donde lo individual puede salir a la luz porque la máscara lo protege. Lo curioso es que uno cree que la máscara enmascara, y ocurre todo lo contrario. La máscara siempre ofrece esa ambigüedad de estar en ambas partes.
–¿Es un giro humorístico o es cierta la referencia que hace sobre “cheap flights to Valenzuela” (en castellano, “Vuele barato a Valenzuela”)?
–La historia es verdadera, por eso la sumé. Me había llegado un mail con esa leyenda. Yo creía que era un spam de los que toman tu apellido para enviarte publicidades. Pero cliqueé, de curiosa y resultó que refería a una ciudad filipina de Gran Manila que lleva ese nombre de cuando estaban los españoles. Pero también aparece esto de que cada viaje es una propuesta de revisión interior. Una oportunidad de transformar y descubrir facetas de sí que se desconocen. Aspectos que se despiertan frente a paisajes o situaciones particulares. A mí me interesa mucho sentirme extranjera y distinta, y al mismo tiempo, integrada. No foránea. No ajena. Distinta. Desde otro lugar, pero con una mirada de reconocimiento, de empatía.
–¿Cuándo empezó su pasión por coleccionar máscaras?
–Creo que fue algo que nació conmigo y que se fue adaptando a medida que fui cobrando más conciencia de mis intereses, de mis amores, de mis pasiones. Porque siempre me interesó descubrir “lo otro”, escapar de la casa, entrar a nuevos mundos. La máscara es un atributo esencial para eso, aunque no la uses. De niña, mis tesoros eran billetes de otros países, estampillas, fotos de viajes. Solía irme por los techos de los vecinos de mi casa, atraída por un ángel de mampostería que estaba en el centro de la manzana. Siempre creí que iba a encontrar un camino mágico. Pero también me servían para los viajes imaginarios algunas charlas que tenía mi madre en tertulias a las que a veces acudían Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea o Ernesto Sabato. Siempre me fascinó la palabra, pero yo quería “vivir” esos otros lugares. Por entonces, viajar era muy difícil. El periodismo fue el que primero me permitió explorarlos. Muchas de las cosas que aparecen en este libro son fruto de experiencias periodísticas. Me las ingeniaba para que el periodismo cubriera mis gastos por viajar. Y siempre me ocupé de ir más allá. Así, si viajaba al interior, aprovechaba cruzar alguna frontera. También lo hice con las fronteras personales. Siempre me atrajo el otro lado. Y la máscara es lo que te abre ese otro lado.
–¿Qué es lo que más le atrae de un viaje?
–Encontrar un lugar donde la gente está pensando el mundo desde su posición regional. Por eso me está atrapando cada vez más la cosmogonía de los pueblos originarios de todo el mundo. Y hay grupos que se están ocupando de recuperar todas esas interpretaciones de la realizad y del mundo que son infinitamente más ricas que las que tenemos en esta cultura occidental. Por eso detesto la globalización que, además, unifica a favor de los más poderosos. Hay que recuperar y promover la diversidad. Cada vez que se pierde una lengua es una pérdida enorme para la humanidad. Y allí hay un rol importantísimo para la mujer. Porque el hombre muchas veces se ve forzado a adaptarse a las exigencias del mercado laboral y se enajena perdiendo su lengua originaria. Pero la mujer, en su casa, la mantiene. Entonces, puertas afuera puede hablarse el idioma que exigen los empleadores; pero se reserva la lengua propia puertas adentro.
–Siempre hizo hincapié en el empoderamiento de la mujer, en la defensa de sus derechos y en el respeto del deseo. ¿Cómo le impacta enterarse de femicidios?
–Tantos años de feminismo y recién ahora están saliendo a la luz los casos de femicidio. Y por suerte que se sepan, pero al mismo tiempo lamento estas atrocidades. El año pasado comenzamos una serie de 100 relatos de mujeres argentinas contra la violencia de género que se llaman ¡Basta!. Tomamos una idea que nació en Chile y que se expandió por Perú y México. El libro recopila todos estos reclamos de una problemática que es cultural y hay que moverla de ese lugar. Hay que revelarse contra esta cultura patriarcal donde el hombre es dueño. Por eso creo que será importantísimo participar masivamente de la marcha que se realizará el próximo 3 de junio bajo la consigna #Ni una menos.
–¿La lucha de qué mujeres le despierta mayor admiración?
–La de las Madres y la de Abuelas de Plaza de Mayo, sin duda. La mujer, cuando sale a luchar, lo hace completamente. Hace unos años quise hacer la biografía de Juana Azurduy, una mujer maravillosa. Me ganaron de mano, pero al ir investigando descubrí que si bien ella tenía una de las más importantes, había muchas historias similares de mujeres luchadoras. No hace tanto, las mujeres bolivianas sitiaron La Paz mientras los hombres iban a presentar sus reclamos. El día de la madre en Bolivia recuerda el día en que las mujeres se levantaron contra los españoles.
–¿Cuáles son los grandes temas que le siguen preocupando?
–Me llama mucho la atención el tema del poder. Sobre todo cuando se vuelve una ambición que termina desbordando a la persona. Porque puedo entender el poder cuando es para ayudar; pero la acumulación de poder que sobrepasa, esa cosa mesiánica, me llama mucho la atención. También me preocupa esta polarización que noto en la gente que no pueden ver los claroscuros de las situaciones. Me preocupa que hasta se haya perdido la posibilidad de intercambio de ideas con quienes se piensa diferente… Voy a proponer en el PEN (Poetas, Escritores y Novelistas) un encuentro para debatir ideas… y tal vez proponga que todos hablemos con máscaras iguales.
Valenzuela es novelista, ensayista, cuentista y periodista. Vive intensamente la palabra desde su niñez, ya que es hija de la escritora Luisa Mercedes Levinson y en su casa se encontraban varios de los grandes escritores argentinos.
Sus textos tienen un marcado posicionamiento feminista y un fuerte cuestionamiento de las opresiones, provengan de donde provengan. La ironía y la sensualidad son también marcas propias. La censura de la última dictadura la llevó a exiliarse en los Estados Unidos.
Escribe en su casa, donde tiene un estudio que había sido un antiguo y enorme galpón donde se fabricaban ductos para aires acondicionados. Los libros y las máscaras tienen sus paredes semicubiertas. Su espacio de creación es una habitación cargada de imágenes que transmiten una fuerte energía visual. Imposible no detenerse a mirar. Imposible no sentirse observado por ellas. “Siguen un orden –revela– aunque fue azaroso. Al sur, quedaron las de los diablos; la mayoría de las mexicanas, al norte; al este, las africanas; las de Oriente, al Occidente”. De alguna forma dibujan un mapamundi al revés. Nunca las cambia. Quedan donde las coloca. Y no tiene ningún tipo de ritual que la atrape respecto de su utilización. “Escribir sobre máscaras es una forma de calárselas y salir a bailar con ellas, devolviéndolas a la vida”, dice.
–¿Qué son las máscaras?
–Me lo pregunto todo el tiempo. ¿Qué son en verdad? ¿Son objetos de uso, esculturas, obras de arte, piezas coleccionables? Yo creo que nada de eso y nada de lo otro. Como en los pases de prestidigitación, nada por aquí, nada por allá, y de golpe: todo. La máscara es un puente entre los mundos, el palpable y el imaginario. Un vehículo que nos transporta al no-tiempo sagrado. Una oración hecha materia, un intermediario para hablar con los dioses, un escudo ante lo desconocido. Es en sí misma un rito de exorcismo, de limpieza, de curación, de alegría desenfadada. O puede ser el más puro maleficio. Es un texto en código. Sagradas, aunque profanas, son la alegría de poder ser simultáneamente uno mismo y el otro. Y mucho más. Cualquier definición resulta incompleta; las máscaras, al igual que el lenguaje, abarcan lo múltiple cuando permitimos que se abran a la compleja ambigüedad. Cuando intentamos precisar, definir, la cosa se complica. Las máscaras son la dualidad hecha materia. Roger Caillois sostiene que la máscara es universal al hombre, mucho más que la rueda o cualquier otro artefacto; pero sólo se accede a la civilización abandonando la máscara. Me gusta eso. La palabra “persona” viene del griego y en su acepción más profunda significa “máscara”. También los romanos utilizaron la palabra “persona” para definir a la máscara que se utilizaba para amplificar la voz. En definitiva, los seres humanos somos una máscara.
–Como la referencia de Oscar Wilde con que inicia su libro: “Denle al hombre una máscara y les dirá la verdad”…
–Hay quienes trabajan terapéuticamente con máscaras para que se expresen realmente. Uno siente que pertenece a otra dimensión donde lo propio pertenece a un todo o donde lo individual puede salir a la luz porque la máscara lo protege. Lo curioso es que uno cree que la máscara enmascara, y ocurre todo lo contrario. La máscara siempre ofrece esa ambigüedad de estar en ambas partes.
–¿Es un giro humorístico o es cierta la referencia que hace sobre “cheap flights to Valenzuela” (en castellano, “Vuele barato a Valenzuela”)?
–La historia es verdadera, por eso la sumé. Me había llegado un mail con esa leyenda. Yo creía que era un spam de los que toman tu apellido para enviarte publicidades. Pero cliqueé, de curiosa y resultó que refería a una ciudad filipina de Gran Manila que lleva ese nombre de cuando estaban los españoles. Pero también aparece esto de que cada viaje es una propuesta de revisión interior. Una oportunidad de transformar y descubrir facetas de sí que se desconocen. Aspectos que se despiertan frente a paisajes o situaciones particulares. A mí me interesa mucho sentirme extranjera y distinta, y al mismo tiempo, integrada. No foránea. No ajena. Distinta. Desde otro lugar, pero con una mirada de reconocimiento, de empatía.
–¿Cuándo empezó su pasión por coleccionar máscaras?
–Creo que fue algo que nació conmigo y que se fue adaptando a medida que fui cobrando más conciencia de mis intereses, de mis amores, de mis pasiones. Porque siempre me interesó descubrir “lo otro”, escapar de la casa, entrar a nuevos mundos. La máscara es un atributo esencial para eso, aunque no la uses. De niña, mis tesoros eran billetes de otros países, estampillas, fotos de viajes. Solía irme por los techos de los vecinos de mi casa, atraída por un ángel de mampostería que estaba en el centro de la manzana. Siempre creí que iba a encontrar un camino mágico. Pero también me servían para los viajes imaginarios algunas charlas que tenía mi madre en tertulias a las que a veces acudían Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea o Ernesto Sabato. Siempre me fascinó la palabra, pero yo quería “vivir” esos otros lugares. Por entonces, viajar era muy difícil. El periodismo fue el que primero me permitió explorarlos. Muchas de las cosas que aparecen en este libro son fruto de experiencias periodísticas. Me las ingeniaba para que el periodismo cubriera mis gastos por viajar. Y siempre me ocupé de ir más allá. Así, si viajaba al interior, aprovechaba cruzar alguna frontera. También lo hice con las fronteras personales. Siempre me atrajo el otro lado. Y la máscara es lo que te abre ese otro lado.
–¿Qué es lo que más le atrae de un viaje?
–Encontrar un lugar donde la gente está pensando el mundo desde su posición regional. Por eso me está atrapando cada vez más la cosmogonía de los pueblos originarios de todo el mundo. Y hay grupos que se están ocupando de recuperar todas esas interpretaciones de la realizad y del mundo que son infinitamente más ricas que las que tenemos en esta cultura occidental. Por eso detesto la globalización que, además, unifica a favor de los más poderosos. Hay que recuperar y promover la diversidad. Cada vez que se pierde una lengua es una pérdida enorme para la humanidad. Y allí hay un rol importantísimo para la mujer. Porque el hombre muchas veces se ve forzado a adaptarse a las exigencias del mercado laboral y se enajena perdiendo su lengua originaria. Pero la mujer, en su casa, la mantiene. Entonces, puertas afuera puede hablarse el idioma que exigen los empleadores; pero se reserva la lengua propia puertas adentro.
–Siempre hizo hincapié en el empoderamiento de la mujer, en la defensa de sus derechos y en el respeto del deseo. ¿Cómo le impacta enterarse de femicidios?
–Tantos años de feminismo y recién ahora están saliendo a la luz los casos de femicidio. Y por suerte que se sepan, pero al mismo tiempo lamento estas atrocidades. El año pasado comenzamos una serie de 100 relatos de mujeres argentinas contra la violencia de género que se llaman ¡Basta!. Tomamos una idea que nació en Chile y que se expandió por Perú y México. El libro recopila todos estos reclamos de una problemática que es cultural y hay que moverla de ese lugar. Hay que revelarse contra esta cultura patriarcal donde el hombre es dueño. Por eso creo que será importantísimo participar masivamente de la marcha que se realizará el próximo 3 de junio bajo la consigna #Ni una menos.
–¿La lucha de qué mujeres le despierta mayor admiración?
–La de las Madres y la de Abuelas de Plaza de Mayo, sin duda. La mujer, cuando sale a luchar, lo hace completamente. Hace unos años quise hacer la biografía de Juana Azurduy, una mujer maravillosa. Me ganaron de mano, pero al ir investigando descubrí que si bien ella tenía una de las más importantes, había muchas historias similares de mujeres luchadoras. No hace tanto, las mujeres bolivianas sitiaron La Paz mientras los hombres iban a presentar sus reclamos. El día de la madre en Bolivia recuerda el día en que las mujeres se levantaron contra los españoles.
–¿Cuáles son los grandes temas que le siguen preocupando?
–Me llama mucho la atención el tema del poder. Sobre todo cuando se vuelve una ambición que termina desbordando a la persona. Porque puedo entender el poder cuando es para ayudar; pero la acumulación de poder que sobrepasa, esa cosa mesiánica, me llama mucho la atención. También me preocupa esta polarización que noto en la gente que no pueden ver los claroscuros de las situaciones. Me preocupa que hasta se haya perdido la posibilidad de intercambio de ideas con quienes se piensa diferente… Voy a proponer en el PEN (Poetas, Escritores y Novelistas) un encuentro para debatir ideas… y tal vez proponga que todos hablemos con máscaras iguales.