Publicada en miradas al Sur el 08/02/2015


Entrevista. Alejandro Pitu Salvatierra. Delegado Villa La Oculta

“Nunca vamos a callar nuestros reclamos”

Al debate sobre vivienda se suma la voz del delegado de la villa 15, quien revisa las condiciones de vida históricas de los más postergados, denuncia el abandono del gobierno macrista y analiza los cambios de la última década poniendo en crisis el discurso que excluye y acusa.

“Nunca vamos a callar nuestros reclamos”
“En líneas generales, el gobierno porteño lo único que hizo fue beneficiar a amigos del poder y sus emprendimientos inmobiliarios. ”.
Salvatierra lo dice claro: “Cuando discutimos sobre el tema de la vivienda no hablamos sólo de paredes y techo. Hablamos de un concepto más amplio. Hablamos de lo que pasa en una familia cuando tiene casa y de un pibe que va al colegio sabiendo dónde vuelve. Hablamos de una mujer que limpia el piso o cocina en un lugar que le pertenece. Hablamos de lo que sienten un padre o una madre que saben que pueden irse tranquilos a ganarse el mango. Hablamos de una familia que puede sentarse a su mesa a cenar y contar lo que hicieron en el día. Hablamos de un espacio donde todos juntos pueden planear una vida. No se trata de cuatro ladrillos. La vivienda es el puntal fundamental para que una familia se desarrolle. Es la posibilidad de concretar sueños, esperanzas y proyectos. De eso debemos hablar”.
Se supo de Alejandro Salvatierra, Pitu, en los medios, durante la toma del Indoamericano, en diciembre de 2010. Pero ya era un delegado reconocido en los barrios humildes. Como si se tratara de un karma que carga con su apellido, desde hace un año, recorre el conurbano bonaerense y las villas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) escuchando las necesidades de los vecinos y ayudando a organizarlos para conseguir mejoras.
Con una historia de grandes carencias, Salvatierra comprendió de adulto que el lugar que ocupaba en la sociedad era producto de un sistema contra el que había que luchar. Y decidió enfrentarlo. 
“Mi niñez –señala–tuvo muchas cosas buenas: un amor muy profundo de parte de mi vieja y de mi viejo, a pesar de que vivió privado de su libertad, pero entiendo que con su formación y con las oportunidades que la vida le dio, hizo lo que pudo.” Repite que en su familia hubo mucho amor (“sobreabundó el amor”, es la frase que utiliza) y es consciente de que eso es lo que le permitió comprender y lo sostuvo: “¡Un amor que pudo suplir las fuertes necesidades materiales que teníamos! De pibe vivía con su madre y tres hermanos en la casa de un abuelo, que la había levantado en una villa que luego se urbanizó. Pero cuando falleció el abuelo, su mundo se derrumbó: “Volví a mi casa y encontré a mi mamá con nuestras ropas en bolsas de residuos diciéndonos que no podíamos vivir más ahí”. Tenía 13 años; su hermana, 10. Recuerda todavía las palabras de su madre indicándole que agarrara las bolsas junto a sus hermanos y que ayudaran a los más chiquitos. Buscando dónde protegerse, se metieron en un baldío, pero hubo un intento de abuso a una hermanita y se fueron de ahí. Rebotaron por todos lados. “Fuimos a hogares, a iglesias. Terminamos en Ciudad Oculta.” En esa villa encontraron la solidaridad que necesitaban y que les había negado la clase media. “Por eso amo tanto mi barrio”, dice. En La Oculta, una amiga de la madre les ofreció un lugar; primero en el comedor de ella, después en un pedazo del patio para que se hicieran una piecita con ladrillos que fueron reciclando del Elefante Blanco, esa estructura que había quedado semiabandonada desde 1955 (por orden de la “Libertadora”) cuyo destino –pensado en 1923 por iniciativa del senador socialista Alfredo Palacios– era ser el hospital más grande de Latinoamérica. Cuando su madre no trabajaba, avanzaban con la pieza. La convivencia con la amiga fue desgastándose y unos meses después debieron irse. “Terminamos en un comedor comunitario gracias al entonces presidente del barrio, Marcelo Araya, que nos ofreció que viviéramos ahí a cambio de que nos hiciéramos cargo de la atención del comedor”, dice. Esa fue su primera experiencia de ayuda social, en sentido recíproco. “Le dábamos de comer al barrio, recibíamos la mercadería, ayudábamos a mi mamá a cocinar y la gente venía al mediodía a comer. Tratábamos de brindarles lo mejor y nos daban asilo. Teníamos contacto diario con el sufrimiento de todos”, cuenta. Hoy, en La Oculta, hay 23 mil hogares, 23 mil familias. Y sin embargo, o tal vez por eso, habla de década ganada.
–¿Dónde considera que se notan más los avances de esta década en las villas?
–Estos diez años de mejoras se pueden ver claramente: se erradicaron los techos de chapa; las estructuras de las viviendas no son más de chapa y cartón y pasaron a ser de cemento; ya no se ven construcciones de un solo piso, sino de dos o más; los pasillos que eran de tierra hoy son de cemento. Avances que, en el caso de la CABA, no tienen que ver con una ciudad integradora, presente en los barrios, ni con un proceso de urbanización encarado desde el Gobierno de la Ciudad, declaradamente en contra de cualquier proceso de urbanización. Avances que tienen que ver con que nosotros mejoramos nuestro poder adquisitivo. En nuestras villas, estamos muchísimo mejor que en 2003 o antes, claramente. Cualquier persona que revise una foto anterior a 2003 de cualquiera de las villas de la Ciudad de Buenos Aires y la contrasta con otra de ese mismo barrio hoy, lo nota. 
–Pero los habitantes de las villas siguen estigmatizados como generadores de inseguridad...
–Sí, pero la verdadera inseguridad es la que viví toda mi niñez. La de no saber si iba a volver del colegio e iba dormir en la casa donde me había levantado. No hay mayor inseguridad para una familia que el no tener asegurado el suelo y el techo donde va a proyectar su familia. ¿Cómo se les va a pedir a los hijos que se asienten en el colegio, que armen un grupo de amigos, si no se sabe si mañana van a tener que aparecer en otro barrio o en otra parte de la Argentina?
–¿Cuánto de esto llegaba a comprender a sus 12 años?
–No... A esa edad, en 1992, era pleno auge del neoliberalismo. Reinado del individualismo de la ley del mercado y del “sálvese quien pueda”. Mentían que “cada uno se puede salvar solo”, rompiendo aquella gran frase de Perón que decía que “ninguno se realiza en una sociedad que no se realiza”. Y el neoliberalismo fue eficaz en convencernos de que el mundo era así; que uno era pobre porque le tocó y que había que aceptarlo, arremangarse, ajustarse el cinturón y bancársela. Eso me hizo equivocar. Con el tiempo, todos comprendimos que no era así, que hay un sistema que necesita que haya pobres para que haya ricos y que no fue mágicamente que “me tocó o no me tocó”. El Padre Mugica decía “no encuentro otra fórmula para que haya menos pobres que lograr que haya menos ricos”. Lo que aprendí en este tiempo es a rebelarme ante esta situación. Tengo la obligación de pelear por cambiar esa situación.
 –Coincide con Mugica, entonces...
–Claramente. La excesiva pobreza y la excesiva riqueza hacen mucho mal a la persona. Cuando te sobra, las cosas pierden valor. Cuando te falta, se sobredimensiona. Pero el hambre no se explica. Es muy difícil que alguien que no sintió hambre comprenda lo que le pasa a una persona que lo está padeciendo. No se puede contar. Lo sentís o no. Es una percepción muy diferente del que siempre tuvo posibilidades a su alcance. Claro que hay buena y mala gente en todos lados, en todas las clases sociales. Y muchos, más que tener o no tener plata, lo que tienen es un grado de ignorancia muy profundo. A veces pasa hasta con personas que comparten un mismo espacio político, más allá de que tengan una preocupación sincera y real por el otro. A veces, a pesar de tener un Estado afín a nuestros intereses, muchas respuestas tardan demasiado en llegar. No tiene que ver con la mala voluntad del funcionario, pero cuando uno le plantea que a una persona le llueve el techo y se inunda, y te dice que la chapa te llegará en 90 días, y te lo dice contento, no entiende que esta persona no puede esperar más.
–Porque cada día es más desposeído aún de lo que lo era...
–La gotera en la chapa, el hambre de verdad, que a alguien le sobreabunden demasiadas cosas y a otros les escaseen cosas básicas, erosiona por más que uno se esfuerce. Eso va deformando a la persona y es ahí cuando algunos chicos empiezan a tomar decisiones extremas, cansados también de ver a su mamá o su papá limpiando zanjas por dos pesos o “a voluntad” para poder comprarles leche a los hermanos, como yo viví en el barrio. Como pasa cuando te cansás de ver los agujeros en las zapatillas de tu hermana, cuando te cansás de ver que no comen todos en tu familia o que se da esa lógica terrible de “o come uno o come el otro”. En casa, siempre comían primero los más chiquitos y, si quedaba, iban comiendo los que seguían. Muchas noches vi a mi vieja irse a dormir con un mate cocido y una torta frita. Entonces, estaba orgulloso de tener la fortaleza y la dignidad de poder darle el plato de comida a mi hermano y de poder bancármela. Pero hoy, eso ya no me hace sentir bien, hoy eso me rebela. No lo quiero ver más. Ni para mis hermanos ni para mis vecinos. Esa es la vida que vivimos. Esa es la lente con la que miramos el mundo, cargados de impotencia y de bronca por algunas situaciones. Pero eso tampoco nos quita las convicciones ni la esperanza de que algún día nos entienda esa parte de la sociedad que nos mira de lejos, esa parte de la sociedad que apoya los sectores políticos que avasallan nuestros intereses y nuestros legítimos derechos. Algún día, aquellos que todavía siguen votando a espacios políticos que no les interesan que todos los inviernos los chicos se mueran en las villas por los incendios, por los cortes de luz, por la falta de urbanización, que no les importa que haya chicos que caminen sobre caca y pis cuando llueven dos gotas porque en los pasillos rebasan las cloacas van a entender. Van a entender por qué protestamos como lo hacemos, por qué muchas veces nos pasamos mucho tiempo callados, sumisos, haciendo nuestro trabajo, limpiando los pisos, manejando los colectivos, recogiendo la basura, construyendo las viviendas de otros, haciendo los trabajos que nadie quiere hacer, siempre calladitos, siempre sumisos. Y de repente, ocurre lo que en diciembre de 2010 en el Indoamericano, estallidos sociales por la impotencia y la bronca acumulada. Porque no es que solamente tenemos que vivir en esta situación, sino que, aparte, vemos cómo avanzan todos los días sobre nuestros intereses e intentan hacernos la vida más complicada. Nos cortan los servicios; nos reducen los presupuestos para nuestro mantenimiento eléctrico, para nuestra limpieza de pasillos, para los desagotes. Día a día te van arrinconando un cachito más contra la pared, esperando que te vayas. 
–Pareciera que esa insensibilidad no tuviera como moneda de pago algún conflicto...
–Cuando era muy chico, mi abuelo me dijo una cosa que nunca olvidé: “Si no podés ayudar, no jodás”. Con eso ya estás haciendo mucho. Y acá hay muchos que no solamente no nos ayudan sino que se esfuerzan por hacernos la vida más difícil...
–La Presidenta les respondió a quienes criticaban las políticas asistenciales que ninguno de esos críticos cambiaría siquiera un mes de sus vidas para estar del otro lado...
–Me acuerdo perfectamente. Esa idea tan rara de determinados sectores de la sociedad que dicen que tenemos la vida cómoda, como si quisiéramos vivir de planes sociales. “No quieren trabajar, quieren todo regalado”, dicen. No tienen idea de lo que es. Ninguno de los que vive en la villa quiere vivir así como vive. Un plan social nunca va a representar la dignidad de un sueldo bien ganado, y nosotros lo entendemos y lo sabemos. No somos ignorantes, no somos tan tarados como ellos piensan. Por más que una persona tenga cinco hijos, tenés que alimentar y cuidar a cada uno de ellos... 
–¿Cómo reciben ustedes los comentarios del tipo “todos tienen antena de DirecTV”, como dijo en estos días el candidato del PRO Fernando Niembro?
–Sí. Él asegura que Fútbol para Todos no es prioridad porque en todas las villas hay sistema de cable que les permite ver el fútbol. Puede que para algunos sea un tema frívolo, pero quiero explicarlo igual. Nosotros, como buenos argentinos, somos fanáticos del fútbol. Yo soy hincha de Nueva Chicago y los partidos de mi equipo no los ponían en los codificados. Corría con “ventaja”. Pero mi familia y la mayoría en el barrio son de Boca o de River. Cuando la transmisión de fútbol era privada, nos rompíamos por juntar el mango entre todos para poder ir a un bar o una estación de servicio y ver el partido. Pero, ¡oh casualidad!, ese día, y en ese horario, las consumiciones valían el doble: hacer un gasto así podía complicarte la economía de todo el mes. Y aparece la realidad, dura, y no la frivolidad, cuando muchos sectores cuestionan que tenemos aire acondicionado, como si por vivir en la villa debiéramos tener una tortura adicional. Desconocen que lo que tenemos no lo robamos, lo ganamos. A ver, para romper el mito: ninguno de los que son beneficiarios de un plan social elegiría seguir cobrándolo y rechazar un sueldo digno. Lo que sí vino a reparar la Asignación Universal por Hijo (AUH) es la explotación de muchas de nuestras mujeres que, teniendo el piso asegurado que da la AUH, no van a ir a refregar el piso de otra persona por un mango, como lo hacían años atrás. Eso vino a traer un mínimo de dignidad y solidez económica a nuestras mujeres, a nuestras madres, a nuestras hermanas, a nuestras esposas. Ahora tienen una herramienta que les permite discutir con sus patrones cuánto deberían cobrar por limpiar sus casas o por cuidar a sus hijos. 
–¿Cómo afecta que ni ambulancias ni bomberos ingresen cuando se necesitan en las viviendas?
–En el invierno de 2013, se nos murieron entre 13 y 15 chicos menores de 12 años a raíz de incendios que se produjeron por cortes de luz. Se acudía a las velas y en la gran mayoría de las casas ocurría que, como los padres estaban trabajando, los chicos quedaban solos. El mínimo accidente con una vela hacía arder todo, como pasó en la Rodrigo Bueno, o como pasó con dos chicos hijos de recicladores en Villa 20. Esos chicos murieron porque la situación eléctrica de los barrios es compleja, pero también por la falta de inversión, por la falta de urbanización. Además, muchos de esos chicos murieron porque los incendios no se pudieron controlar y las personas no se pudieron atender. Las ambulancias y los bomberos no podían acceder a las villas: las calles no están en condiciones, la altura de los cables es poca, pero también por la negación de muchos choferes de entrar a nuestros barrios. Y por eso acudimos a la Justicia, que intimó al Gobierno de la Ciudad a poner el servicio del SAME en condiciones de poder atender a todos los habitantes de las villas, cosa que no se cumplió hasta el día de hoy. Estamos acostumbrados a eso. Estamos acostumbrados a la violación sistemática de las leyes por parte del gobierno de la Ciudad que, contradictoriamente, habla de legalidad y no cumple una norma. Un gobierno muy raro, con un grado de hipocresía muy fuerte. 
–¿Dónde lo nota más claramente?
–Por ejemplo, en el conflicto por la vivienda, cuando viola sistemáticamente los derechos de los villeros. Como ocurrió en la villa Papa Francisco, donde no urbanizó la villa 20 como lo indicaba la Ley 1770 desde el año 2005. Diez años con una ley que no se cumple. Si se hubiera cumplido, ¿habrían tomado ese terreno?, ¿cuántas vidas nos hubiéramos ahorrado si este gobierno cumpliera con lo que tiene que cumplir? La situación de la vivienda en la CABA es compleja, y no solamente para los sectores más populares. Porque en líneas generales, el Estado porteño produjo esta situación, beneficiando a grandes emprendimientos inmobiliarios, beneficiando a amigos del poder para que desarrollen sus proyectos inmobiliarios, todos muy ambiciosos, tanto que están afuera del alcance hasta de profesionales, abogados, psicólogos y con mucho mayor poder adquisitivo que nosotros. Ellos tampoco pueden acceder a la vivienda propia y también viven pagando alquiler.
–Pero hay más de 350 mil viviendas desocupadas...
–Muchos terrenos que pertenecían a la CABA fueron desafectados para beneficiar emprendimientos inmobiliarios que no solucionaron la problemática habitacional sino, por el contrario, vinieron a regular el mercado. Hay unas 350 mil viviendas desocupadas cooptadas por grandes emprendimientos, por grandes empresas inmobiliarias que regulan el mercado. Imaginemos qué pasaría si esas unidades salieran al mercado, para venta o alquiler. Naturalmente, por la ley de oferta y demanda, se vendrían abajo los precios. En la CABA, hay todo un tejido en materia inmobiliaria que sigue la línea neoliberal que implementó Osvaldo Cacciatore (intendente de la Ciudad de Buenos Aires entre 1976 y 1982) que pretende que en la ciudad viva un estereotipo determinado y que los “negros” nos vayamos al conurbano. Y eso está en línea con lo que piensa Mauricio Macri.
–En ese contexto, ¿cómo se entiende que en algunas villas gane las elecciones el PRO?
–No es tan así. Tiene gran representatividad en La 31, por su composición compleja, que tiene que ver con un cuerpo de delegados, con un consejo consultivo, con que no hay una estructura a la vieja usanza de comisión vecinal, pero también porque ponen una gran cantidad de dinero para comprar voluntades y delegados. Pero en todas las demás, las elecciones las ganó el Frente para la Victoria... excepto la del Playón (en la Chacarita), donde ganó una fuerza que no es de derecha, sino todo lo contrario, la Corriente Villera Independiente (el brazo villero del Movimiento Popular La Dignidad), donde perdimos por poquitísimos votos pero componemos la comisión vecinal del barrio. Ganamos a principio de año La Carbonilla (en La Paternal) con una lista pura de Unidos y Organizados del Frente para la Victoria, ganamos ampliamente en el Barrio Fátima (Villa 3, de Villa Soldati) con Rosa Ortega como presidenta, ganamos la última elección en la 21-24 (de Barracas) y este año va de vuelta a elecciones, ganamos Villa 20 (en Lugano). Por eso el Gobierno de la Ciudad comúnmente trata de trabar los procesos eleccionarios y democráticos dentro de los barrios. Los dificulta, los complica, porque no ganaron ninguna de las elecciones y no solamente en la Ciudad, en cada uno de estos barrios, en las elecciones nacionales, ganó siempre el Frente para la Victoria.
–¿Qué opinión le merece aquello que dijo Horacio Rodríguez Larreta en 2009 cuando declaró “despacito y en silencio vamos haciendo los desalojos”; o Gabriela Michetti, cuando dijo que la Villa 31 tenía terrenos “apetitosos” para el mercado inmobiliario y que “debería haber barrios cerrados”?
–Uno de los barrios más emblemáticos en esa situación es Rodrigo Bueno, que está sobre lo que debería ser la reserva ecológica, en la ex ciudad deportiva de Boca, a continuación de Puerto Madero. En Puerto Madero, alquilar un departamento puede costar más de 20 mil dólares, y seguro no querrán ver un barrio como Rodrigo Bueno al asomarse por la ventana. Puntual y curiosamente, en ese barrio es donde hay mayor cantidad de incendios, donde más se dificulta la entrada de materiales y donde el Gobierno de la Ciudad más presiona para que los vecinos no puedan mejorar su calidad de vida. Todo esto tiene función de desgaste. El Gobierno de la Ciudad no nos quiere aquí y no entiende que nosotros somos ciudadanos de esta ciudad o cree que tiene ciudadanos de primera y de segunda. Yo quiero decirle a este gobierno de la Ciudad que nací acá, en el hospital Salaberry, en Alberdi y Pilar, en el mítico hospital donde murió el Padre Mugica, y soy tan porteño como cualquiera. Y que la Ciudad debe regirse por su Constitución, y por la Constitución Nacional que garantiza todos y cada uno de nuestros derechos: a la salud de calidad y gratis, al acceso a la educación de calidad y gratuita, al acceso a la vivienda digna. Debería dejar de darle vueltas a esa loca idea de que algún día los villeros nos vamos a cansar y nos vamos a ir, porque eso nunca va a pasar. No pasó con las topadoras, no pasó con el ataque neoliberal del mercado, ni con la asfixia a nuestro sector, ni con la falta de oportunidad. No pasó ni va a pasar. Esta es nuestra lucha, fue la de Mugica, fue la de cientos de miles de compañeros que perdieron la vida militando en los barrios. Vamos a quedarnos y nunca vamos a callar nuestros reclamos de integración urbana para todos y cada uno de nuestros barrios.