Nota publicada en GENTE del 20/09/2011

El martes 13, un tren embistió a un colectivo de la línea 92 que cruzaba con la barrera a 45 grados –aunque las alarmas estaban sonando- y chocó con otro tren. El saldo: 11 muertos y 228 heridos. Entre ellos, el chofer del micro. Su mujer lo defiende: “Con poner un sólo policía ahí se evitaba todo esto”. Y un guardabarrera revela por qué este desastre iba a pasar en cualquier momento.
La tragedia de Flores
((Epígrafe 1)) “Mi marido era un hombre responsable; nunca tuvo una multa”

((Epígrafe 2)) Dolor y muerte. La escena del accidente desde arriba. El colectivo reducido a chatarra y los trenes incrustados uno con otro. Derecha: Soledad Ibarra y sus hijos Priscila y Nahuel, la familia del colectivero.
((Epígrafe 3)) Trece años al volante. Desde los 21 años, Filiberto Gallardo fue chofer de colectivo. Hace seis había entrado a trabajar en la línea 92. Vivía con su familia (Soledad, su mujer, y sus hijos Priscila y Nahuel) en González Catán, y había construido la casa con sus propias manos, en sus días francos. A los 34, en la mañana del martes 13 de septiembre, murió en la tragedia de Flores. Fue el primer cuerpo que rescataron.
((Epígrafe 4)) Al rescate. Del operativo, que salvó muchas vidas, participaron Bomberos, Policía (Federal y Metropolitana), trabajadores de la Dirección de Defensa Civil, de la guardia de Auxilio y del BAP (Buenos Aires Presente). Además de personal de todos los hospitales de la Ciudad. Sin ellos, el accidente hubiera cobrado muchas más vidas.

Martes 13 de septiembre, 6.23 de la mañana. La calle Artigas y las vías del ferrocarril Sarmiento fue la encrucijada donde se jugaron las vidas de los pasajeros del interno 52 de la línea 92 -que cruzó con la barrera levantada a 45 grados, aunque sonaba la alarma y titilaban las luces de alerta-, y los de dos trenes que llegaban al andén de Flores en direcciones opuestas. La formación que venía desde Once impactó al micro en el medio y lo estrelló contra el andén. Luego descarriló y se incrustó contra el que estaba deteniéndose en la estación. El saldo del sangriento encuentro entre las moles, se sabe, fue fatal: once muertos y 228 heridos. Varios vecinos dijeron que la barrera funcionaba mal.
LA CASA DEL DOLOR. Tres días después, en González Catán, partido de La Matanza, sobre un camino de tierra, a 25 metros de una tranquera blanca y frente a una zanja con agua estancada y un baldío, está la casa de los Gallardo. Hasta el manto negro de la familia parece triste y se acerca a custodiar, pero ya no ladra. Una mujer y sus dos hijos viven allí días terribles: el padre, Filiberto Gallardo, el que alzó con sus propias manos esa casa, conducía el colectivo. Y murió, a los 34, en el accidente.
Su viuda se llama Soledad Ibarra (31). Cuenta que “Beto está vinculado con los colectivos desde los 18, cuando empezó a trabajar como playero de la línea 180. Recién cuando cumplió los 21 arrancó como chofer. De ahí, consiguió trabajo en Corrientes, pero volvimos. Él quería estar en la línea 92 porque pagaba mejor y, como me decía, ‘vamos a salir adelante más rápido’ Hace seis años que estaba ahí, cumpliendo sus ocho horas de trabajo”.
El 13, la jornada de Gallardo terminaba a las 8. A las diez y media debía estar regresando a su casa. Durante seis años cruzó esas vías cuatro veces por día. Su mujer no duda en afirmar que sabía muy bien cómo andaba ésa barrera. “Varias veces, durante la cena o compartiendo unos mates, salía el tema de esa barrera de flores: ‘Cómo me hace renegar’, solía decir; y me contaba que muchas veces estaba así, a 45 grados. O pasaba que estaba baja mucho tiempo y empezaban todos a los bocinazos para que alguien la levante. Me dolió mucho ver después, en los medios, que culparan a mi marido”.
BARRERAS BAJAS. En el mismo paso a nivel, días después, un guardabarreras cumple su turno. Pide no ser identificado para evitar sanciones, pero habla: “¿Qué pasó? No es tan fácil como se está diciendo. Al que dijeron que era un guardabarrera y se había ido diez minutos antes, no lo es. es un hombre de seguridad, porque ahí estaban en obra. Los guardabarreras tenemos sólo dos turnos de 8 horas cada uno: de 6 a 14 y de 14 a 22, después, no hay nadie. Me ha pasado muchas veces de llegar a mi turno a las 5.30 y encontrarme con un inspector trabando la barrera. Calro que el trágico día, el guardabarreras que entraba a las seis todavía no había llegado, porque venía atrasado, en uno de los trenes que chocaron. Hay que estar acá -y no ahora que se ponen en alerta- para ver cómo te tocan bocina todos, porque quieren pasar. También he visto cómo más de una vez, baja un acompañante del chofer para trabarla y se van, dejándola así. A veces la barrera está baja y sonando; algo que pasa cuando se roban la linga, un cable muy grueso que asoma en la caja que la controla. Se la roban porque es de cobre, para venderla, pero también para poder ir a pedir limosna a los vehículos que esperan. Y toda esa escena, acá en Flores, es muy común. Nosotros estamos en blanco desde el crimen de Mariano Ferreyra, antes estábamos en una tercerizada. Esto que pasó pudo pasar cientos de veces. Y todavía tenemos que estar acá, sin una garita… imagínate cuando llueve, sólo tenemos una capita y ya viste la responsabilidad que cargamos encima”.
EXPLICACIONES. A Soledad, la viuda de Gallardo, nada la consuela. Se enteró del accidente viendo el noticiero. “Cuando dijeron que era la línea 92, me asusté. Fui a casa de mi cuñado, que está a la vuelta y que también había escuchado eso. Lo llamé al celular, pero no respondía. Y pensé lo peor. Llamamos a la empresa y nos confirmaron que era Beto, pero no sabía si estaba herido o qué”. Lo buscaron en hospitales,, pero no lo tenían en ninguna lista. Su cuñado, Pablo Delavalle, fue el que llegó al lugar del accidente y habló con el bombero que era jefe del operativo. También tuvo el triste deber de decirles que su papá había muerto a Priscila (10) y Nahuel (6), los hijos. Cuando preguntó por el chofer, le dijeron que había sido el primero que sacaron y que lo habían llevado directo a la morgue. “Ahí todo fue peor – subraya Soledad-. En la comisaría nos trataron como si fuéramos a buscar un auto robado. Pedimos que nos dejaran acelerar el trámite aparte, que entendieran que estábamos junto con los familiares de los otros fallecidos… y había un clima muy tenso, donde todos culpaban a Beto, pero no nos oyeron”.
¿Cómo decirle a esta mujer doliente que su marido fue quien cruzó con el tren llegando a la estación? Soledad lo defiende a capa y espada. Desde el más profundo dolor, afirma que jamás le hicieron una sola multa, ya sea con su auto o con el colectivo. “Felicitaron a todos por el operativo, pero si había alguien viendo ésa cámara, y vio que la barrera estaba mal desde que fue golpeada por una camión bien temprano; y si vio que la gente estaba pasando igual, desde hacía horas, con la señal funcionando; debió haber mandado un patrullero ¿No están para eso las cámaras? Y sino ¿Para qué está alguien mirándolas?”, reclama indignada y acusa: “Con un sólo policía, se evitaba todo el operativo”.
Pide que dejen de ensuciar el nombre de su marido y cuestiona a los que dicen que Filiberto venía a 50 kilómetros por hora, argumentando que el GPS que tiene el colectivo indica que iba a 19. “En el video se ve cómo prende el stop antes de llegar ¿Por qué se ocuparon de arreglar la barrera al día siguiente y ahora dicen que van a poner una doble barrera? Él murió trabajando, era un trabajador responsable”.
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((Recuadro)) Sobreviviente 1 “Yo no sé cómo salí del tren con vida”
Francisco Vitian tiene 46 años, vive en Merlo y realiza este trayecto desde hace 7 años, porque trabaja en el barrio porteño de Barracas, en el sector Climatización de una empresa de ómnibus. “A las 6 yo debería estar llegando a la empresa –revela- pero fíjate que toda la semana estuvo retrasado el tren y a las 6.23 recién estaba llegando a Flores. Yo no debía estar ahí”. Vitian nunca pensó que esto pudiera pasar: “Lo único seguro en el mundo son los trenes”, solía decirle a su mujer respecto de los medios de transporte. Hoy ése mundo de seguridad se le derrumbó. “Ahora escucho el tren que pasa cerca de casa y me remite al segundo antes del choque. Algo que también me pasa cuando me acuesto”. Solía viajar en los vagones del medio, por la cercanía con los molinetes de la estación, pero como el tren llegaba con retraso, decidió adelantarse hasta el primero para llegar más rápido a los molinetes de Once. El instante del impacto, a este trabajador lo encuentra agarrado del pasamanos y lo recuerda como en cámara lenta: “De repente escuché un chillido y giré la cabeza esperando ver pasar la formación que venía del otro lado pero en un segundo escuché una explosión, sentí que mis pies quedaban en el aire y que, como reflejo, me agarré más fuerte de un pasamanos que era arrancado por completo. En el mismo segundo: me golpean por todos lados, gritos de espanto y vidrios rotos por el aire. Pensé que me moría. Rápidamente, todo se detiene. Un dolor terrible en el brazo con que me agarraba y en el tórax. No podía respirar bien. Me habría golpeado con la cabeza o el hombro de otro pasajero. Con terror, miro esperando no encontrar humo porque no podría correr. Empiezo a ver alrededor: una mujer lloraba desconsoladamente agarrándose la boca; se le habían roto todos los dientes por el golpe. Un tipo mayor, rezaba en vos alta, fuerte. Como pude, me pare, me acerqué a una ventana abierta adonde me senté; pasé una pierna, después la otra y me paré en el andén”. Recién ahí se sentó contra la pared y tomó conciencia de lo que pasó. Llamó a su trabajo, adonde luego le confesaría que pensaban que era una excusa por llegar tarde. Llamó a su esposa que salió desesperada a buscarlo, pero no llegaría hasta que pasaran varias horas. Claro, no iba a haber trenes. Luego lo llevarían al hospital pero lo dejarían para después, priorizando las emergencias. Desde entonces nadie en su casa mira noticieros. Cuando ve la foto aérea no puede creer que estuvo ahí y salió con vida.
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((Recuadro)) Sobreviviente 2 “Dentro del colectivo pensé: ‘Ya estoy muerto’
Milton Kantuta (23) viajaba con su mujer, Cristina (25) y la hija de ambos, Katerine (6) en la última fila de asientos del colectivo de la línea 92. Su esposa iba del lado de la ventanilla y él a su lado, con la pequeña sobre sus rodillas. Lo habían tomado temprano porque necesitaban hacer unos papeles en Retiro. “Recuerdo que sonaba la chicharra, que el colectivo venía lento, frena y que un hombre miraba hacia el lado derecho del ferrocarril. Miró al colectivero y le dijo: ‘Pará!’ Pero a medida que miraba avanzaba y ahí lo agarró. De golpe, vi que el tren se me venía encima y una polvareda me nubló la vista. En ése momento pensé: ‘Ya estoy muerto’. Pero todo paró y pude abrir los ojos. Me pude parar, No veía a mi mujer. Agarré a mi hija y me bajé. Volví al colectivo a buscar a mi esposa y ya no la encontré. Volví a salir a ver si estaba afuera. Tampoco. Me abracé a mi hija. Cuando quise intentarlo de nuevo, ya estaba la Policía y no me dejaron regresar, me subieron a una ambulancia con Katerine y nos llevaron al hospital. Estaba en la guardia esperando que me atiendan cuando vi que la sacaban a ella en camilla con la cabeza toda ensangrentada. Inmediatamente la llevaron al quirófano por los golpes en la cabeza. También debieron intervenirla por el hígado donde tenía una herida importante. ¿Si a mí me dolía algo? En ése momento sólo podía pensar en mi hija. Recién ahora estoy empezando a sentir los dolores y ver los moretones”. La niña aparentemente está bien. Nunca perdió el conocimiento y parecería que sólo tiene unos golpes fuertes en su piernita izquierda, que se la enyesaron. Según versiones oficiales, Cristina salió disparada y estaba inconsciente, afuera. Los llevaron a todos al Piñeyro. Por la gravedad, a Cristina la llevaron en helicóptero al Hospital de alta complejidad El Cruce. Milton cuenta que cuando ve lo que pasó, se aterra. Pero nada se compara con la sensación que lo invade cuando viaja a ver a su mujer, en Florencio Varela y tiene que cruzar alguna vía. “Es un segundo, me duermo; se me aparece el tren y me despierto sobresaltado”. El domingo pasado pasaron a Cristina de Terapia Intensiva a Intermedia. “Soy muy creyente y estuve orando mucho. Y parece que va mejorando”, se alegra Milton que hasta hace poco vivía de changuitas pero que hoy no tiene trabajo. “Eso hoy no me importa. Sólo quiero que mi esposa esté bien”.