La militancia en celuloide
Se estrenó Cómo llegar a Piedra Buena.
“También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, pero ni una ni otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutás las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya”, es la frase de Italo Calvino con la que empieza el documental sobre la militancia Cómo llegar a Piedra Buena Fue estrenada el pasado jueves en el cine Espacio INCAA Gaumont.
Como quien sintetiza el todo en una parte, Cómo llegar a Piedra Buena es una película sobre la militancia joven de estos días. Para ello se ancla en un espacio tan particular como es el construido en Lugano, sudoeste de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La película comienza descubriendo a los protagonistas, revela cómo se van vinculando con la solidaridad y cómo llegan así a la política, pero no por eso evita mostrar contradicciones o dificultades. Y de a poco, va compartiendo las actividades de este grupo.
“Creo que la práctica militante colectiva te convierte en mejor ser humano”, señala Moira, una de las voces que aporta su experiencia y cuenta las diferencias que tuvo con su hermano que, en medio de la crisis de 2001, mientras ella se lanzó a militar, él decidió irse a vivir a España. “Es un exiliado económico”, reflexiona.
En diálogo con Miradas al Sur, su directora, Alejandra Marino, dice que “el proyecto comenzó cuando volvía de un rodaje que había que había hecho en el interior, en 2008, y me sorprendió negativamente la violencia con la que desde algunos medios se desprestigiaba y castigaba a la militancia joven, ya ni recuerdo por qué era en ése momento”. En ese momento, uno de sus hijos comenzaba a acercarse a la militancia a través del teatro. “Con un grupo de amigos, se acercaron como payasos a participar de una jornada para los pibes vinculada con la toma de conciencia de los derechos del niño. Ése fue su primer encuentro con una necesidad en la que podía dar una mano. Y yo fui a sacar fotos”, recuerda. Y señala que fue entonces cuando empezó a madurar el deseo de mostrar cómo era el trabajo territorial que hacía un grupo determinado de militantes que empezaron dando apoyo escolar, teatro, deportes y asesoría jurídica a los vecinos de un barrio que, aunque está dentro de la ciudad, fue aislado. Un barrio que carga estigmas. Un complejo edilicio que se inició en democracia y que terminó el dictador Videla. El nombre fue impuesto por los milicos. Una necesidad de vivienda social que llegó a ser investigada por la dictadura que se había encontrado con comunicaciones de radio que se realizaban para la organización del trabajo y que creyó que podrían ser actos subversivos. “Terrorismo de la construcción”, ironiza uno de sus constructores recordando aquellos días. Un lugar –como observa el documental– donde los niños crecen convencidos de que todo lo que no tienen está bien que no lo tengan. Y tal vez el mayor trabajo sea el de ayudarles a entender que son sujetos de derecho y que tienen que pelear por sus sueños; y que al mismo tiempo exige un trabajo especial de articulación con los adultos.
–¿Cómo se vinculó con este grupo de jóvenes, entre los que estaban sus hijos, para documentar su quehacer diario?
–Tuve la suerte de que me dejaran entrar en sus vidas, con todo lo difícil que es eso, porque son jóvenes y están en permanente transformación, a la vez que me dejaban escuchar cómo presentaban su ideales políticos, qué era lo que los motivaba de militar. El documental transita ese camino junto a ellos; y me esforcé en reflejar esa frescura. Quería que estéticamente eso se notara. No quería que pareciera una puesta en escena, como tampoco quería una pornografía de la pobreza ni la victimización del pobre. Quería que reflejara el día a día, que se vieran las dificultades que encontraban, cómo las resolvían y cómo construyeron ese vínculo con una parte de la gente. Tal vez mi desafío estaba en que la cámara fuera partícipe sin que se viera, pero que no fuera tan distante, que encontrara belleza en todo.
–Hay un ingeniero entrevistado que observa que una construcción así exige la permanente asistencia del Estado. Pensando en la recuperación que hacen estos jóvenes luego de tanto abandono, ¿no le parece que Piedra Buena podría resultar una metáfora del país?
–Sí, claro. En ese sentido, resulta algo simbólico. Porque incluso después de que terminara el documental, la agrupación creció y tiene hoy una presencia más colorida, los vecinos pudieron profundizar su organización y plantean demandas mucho más concretas, se acercaron otros espacios políticos. Pero son los pibes los que se encargan de profundizar, de ver cuáles son las necesidades y ayudar a canalizarlas, dentro de lo que es para ellos una cuestión política. Porque en ningún momento lo piensan como una cuestión de caridad. De hecho, el término que utilizan ni siquiera es “ayuda” sino que es “integración” e “inclusión”. Son jóvenes que salen de su realidad para entrar en otra, que no es de extrema pobreza sino la que les toca vivir.
–¿De qué forma la estructura edilicia condiciona a esa comunidad?
–La arquitecta habla, en un momento, que las intenciones originales de generar espacios de encuentro en los innumerables puentes de la construcción, sin asistencia estatal se convierten en bocas de lobo. Los locales que están en la planta baja para que pudieran comprar las cosas que necesitan diariamente, al destruirse la economía, cerraron. Incluso en un momento hubo una explosión por la falta de mantenimiento. Y en el documental también aparece el puntero del barrio que de acuerdo al momento fue teniendo un vínculo distinto con la agrupación, que se fue ocupando de coordinar la escuelita de fútbol, siendo el tipo que conoce las necesidades concretas de todos los días de esa comunidad.
–La película resulta una celebración de la militancia sin entrar en miradas épicas. ¿Cuánto se puso en juego de su propia experiencia militante?
–Creo que la militancia de los chicos también tiene que ver con la continuidad de la historia. Jugué con un armado que tiene que ver con ese arco de participación que tuve al estar con ellos a través de un año, donde a veces parece que no pasaran grandes cosas y lo que se ve es el día a día. Intenté ponerme en el lugar de ellos y ver desde allí, respetando toda sorpresa. Respecto de los lazos con mi militancia, tiene que ver con la alegría de la construcción colectiva, de la búsqueda del encuentro con el otro, de descubrirse en un otro, de empezar a tener un pensamiento propio, de buscar la justicia social, algo que recuerdo con mucha felicidad. Además, yo venía de hacer otro documental (Las muchachas) donde me encontré con aquellas mujeres que acompañaron a Evita en la formación del Partido Peronista Femenino y que recordaban esa militancia como el momento más feliz de sus vidas, en el mismo país, en otro momento histórico, en un tiempo fundacional. Y creo que estos jóvenes se sienten parte de este momento histórico de cambio; sienten que los han incorporado. Y sienten que se tienen que bancar muchas pálidas, también. Sienten que tienen que estar respondiendo mucha crítica. Y creo que es un acto de injusticia egocéntrica de muchos periodistas que critican sin haberse tomado el tiempo para pensar qué hicieron ellos mismos por un otro. Críticas que disparan sin habérselas hecho sobre sus propias vidas primero. Y yo creo que los jóvenes están en un camino, que van haciendo. Habrá otros que hagan documentales poniendo el foco en otros temas, yo quise trabajar un poco sobre la alegría de empezar a crecer pensando en otra formación social, sintiendo que de alguna manera alguien te está teniendo en cuenta.
Desde la pantalla, Moira da la clave del documental: “¿Cómo llegas a Piedra Buena?, depende de dónde vengas”. Y Dante, otro compañero, revela: “¿Un objetivo? Cambiar al mundo. Primero Piedra Buena, después el barrio, Capital Federal, Provincia de Buenos Aires, Argentina, Latinoamérica y después el mundo”.
La mayoría de los jóvenes que participaron del documental se acercaron a la militancia tras la muerte de Néstor Kirchner. Consideraron que era momento de involucrarse con la historia, de que no se la contaran más. Son pibes que querían volver a creer y que hoy siguen militando, formándose como cuadros.
Con un final conmovedor –porque resulta de manera simple el objetivo de la construcción colectiva–, después de ver Cómo llegar a Piedra Buena queda la sensación de que hay un recambio posible con continuidad, y que queda proyecto nacional y popular para rato.
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