Publicada en Miradas al Sur el 16/12/2012

Calle Corrientes, humor y stand-up
Luego del teatro de revistas llegó a la tradicional avenida porteña el nuevo género. Referentes del humor analizan el fenómeno y tratan de explicar de qué nos reímos los argentinos.

El stand-up va abriéndose espacio en el centro de Buenos Aires antes reservado para el teatro de revistas. Sólo en el Paseo La Plaza (Corrientes al 1600), de una oferta de 35 espectáculos, 27 son de stand-up.
Este género tuvo su origen en el vodevil de fines del siglo XIX donde un contador de chistes o un payaso debían mantener cautiva a la audiencia entre actos. Pero fue ganando una asombrosa popularidad a partir de la década del ’40 en los clubes de comedia de los Estados Unidos, desde donde exportó su formato con la globalización y el desarrollo de los medios.
Hoy, la estructura típica se repite: en un escenario vacío, un presentador hace una introducción que incluye chistes, presenta a un comediante y sale de escena; éste desarrolla su monólogo; cuando termina vuelve a subir el presentador, hace algún chiste más, anuncia al siguiente, baja y así hasta el final.
De qué se ríe. Sigmund Freud abordó la cuestión del humor a principios del siglo XX, en escritos como “El chiste y las variedades de lo cómico” y “El chiste y su relación con el inconsciente”. Allí, hace una distinción entre el chiste y el humor. El primero permite la expresión de un deseo reprimido; el segundo es el triunfo ante la realidad –no sin amargura– del yo. Señala que el chiste busca comunicar algo e involucra el lenguaje y lo simbólico; debe ser de fácil comprensión y breve. A veces tiene en sí mismo su fin pero otras veces se pone al servicio de alguna intención, convirtiéndose en tendencioso.
La actriz y locutora Dalia Gutmann es una de las mujeres que conquistó un espacio dentro del género. En diálogo con Miradas al Sur detalló: “El stand-up en su esencia es como el monólogo interno que solemos tener todos. Acá encontrás una entrada relativamente accesible para reírse de lo que nos pasa a todos y entender que no se es el único que lo padece”. En línea con lo que planteaba Freud, Gutmann señala que el humor muchas veces permite ser más sincero “porque con un chiste podés decir cosas que en otros ámbitos no”.
El más recordado monologuista político argentino es Tato Bores; su último guionista, Santiago Varela, señaló a este medio que “el stand-up suele ser bastante autorreferencial, a veces parecen pastores protestantes que empiezan diciendo: ‘Venía para acá y me crucé con una señora que...’ o ‘Me molesta...’”. Identifica a los espectáculos locales como “más orientados a lo costumbrista, y no tan afectos al monólogo político”. Sostiene que por sus características liberadoras el humor debe ser opositor, “pero opositor al poder”, subraya. Y agrega: “El problema aparece cuando el humorista confunde al gobierno con el poder y terminan siendo utilizados por el poder real que es el verdadero opresor”. Recuerda el monólogo 2000 de Tato, que él escribió, donde hace una autocrítica en nombre de todos los humoristas por haber contribuido con el derrocamiento de Illia cuando lo asociaban con tortugas. “Ese humor no fue contestatario al poder, fue funcional.”
Haciendo memoria. Diferenciándose del patrón original, en la Argentina, el stand-up no se volcó tanto a una toma de posición política, típico del género. Sin embargo, entre quienes sí lo hicieron, está Gustavo Berger con El rubio Peronista. “Empecé a los 16 copiando a José Luis Gioia y tomando chistes de los casetes que compraba de saldos”, revela quien en 15 años pasó de realizar actos cómicos para sus amigos, a dictar clases y llevar su espectáculo a todo el país. “La diferencia principal es que acá cada uno escribe su propio guión y toma posición. En mi caso, es una elección política”. Su actual espectáculo nació tras la pelea por la 125. “Fue mi punto de partida como una forma de abordar el estrés que me generaban algunos actos políticos... Así como hay gente que es gorda y decide contar desde ahí; yo cuento que soy peronista”.
Fabio Mosquito Sancineto es uno de los maestros de improvisación en teatro (no sólo dentro del humor) más reconocidos en el ámbito porteño. En diálogo con este medio reconoció que el stand-up conserva un registro del modo de actuar muy norteamericano. “No sé por qué vino para estos lados, pero está bien que exista”, observa. Sin embargo, prefiere el humor que refleja nuestra propia identidad. “Encuentro muy saludable reírse de uno mismo. Y creo que ahora estamos recuperando nuestro ser. Es necesario volver a revisar a los maestros, no para imitarlos pero sí para reconocernos.” Recupera la memoria de José Marrone, Jorge Luz, Pepe Arias, Juan Verdaguer, Gila, Niní Marshal y, más acá, Gabriela Acher. “Todos ellos grandes monologuistas sociales.”
Para Santiago Varela, “históricamente en la revista porteña, como había en el Maipo, en El Nacional, se ofrecía un espectáculo que mezclaba humor, monólogo y baile con 25 vedettes. El stand-up es más intimista también buscando nuevas formas de comercialización: una cosa es presentar un show para 30 personas y otra es llenar un teatro”. Encuentra difusa la diferencia entre el stand-up y el café concert aunque considera que en el segundo había una idea más completa de todo el espectáculo.
Principios. Para Mosquito, el stand-up “a veces habilita a que muchos se suban a un escenario sin ser artistas con afán de exhibirse. Dependerá de la química que logre con el público si puede pasar de la reunión de amigos y familiares. Algunos son un tanto decadentes”. Considera fundamental que el artista mueva su cuerpo en el escenario correctamente y que denote un gran trabajo detrás de esa puesta, además de talento personal. Pero afirma: “No existe una fórmula para hacer humor, no hay receta”.
Desde su óptica, Berger señala que “últimamente, desde la aparición local del stand-up, muchos subieron a un escenario como una forma de hacer catarsis o terapia creyendo que alcanza con exponerse. Creo que el género y el público merecen más respeto. Si te clavaste con dos de los malos, no querrás ver nada más. La moda irá pasando naturalmente”. Todavía no aparecieron aquí los heckler, que en Inglaterra son muy comunes; tipos que se emborrachan y empiezan a cagarte el show porque no les gusta. Van a llegar y si te subiste al escenario para hacer catarsis, imaginate lo que pasará si aparece uno de éstos”.
A Gutmann le atrae particularmente lo personal e íntimo del stand-up, pero también que el foco esté más puesto en reírse de uno mismo que de otros. “No se trata de joder a alguien sino que sos vos quien se está flagelando ahí arriba; generalmente no abordás grandes temas sino que te metés con vos mismo y contás tu mundo íntimo”. Reconoce que aun cuando está con sus dos hijos, siempre está anotando cosas que le pasan o ideas que se le ocurren en situaciones cotidianas. “Es un laburo que tiene mucho que ver con lo vivencial y si no lo registrás fuiste, porque después no te lo acordás.” Considera también que su show Cosa de minas le resultó de gran ayuda para saltar algunas limitaciones que le ponían en otros ámbitos por ser mujer.
“El humor es distinto en cada sociedad”, destaca Santiago Varela, para quien un espectáculo porteño no genera la misma explosión de risas ni los mismos chistes si se actúa en otros países. Y coincide con quienes interpretan que aceptamos más el humor norteamericano por la penetración cultural general que recibimos desde ahí. “El stand-up en EE.UU. tiene un laburo inmenso de guionistas, mientras que acá todos son cantautores.” Identifica también que las dictaduras que debió soportar el pueblo argentino generó códigos dentro del humor. “Recuerdo que cuando empecé a trabajar con Tato, poníamos un teléfono alto y la gente ya se reía con eso. Era una representación de Videla. Además cuando atendía decía: ‘Pink House...’ ironizando por los lazos entre el poder local y la Embajada. Imagino a un extranjero viendo eso... no le causaría gracia; claro, pero nosotros lo padecíamos y eso era como tocarle el culo.”
Gutmann considera que el stand-up está todavía en un período de adaptación y que la aceptación tiene que ver con que “en los medios estamos acostumbrados a ver a la mina linda, impecable, perfecta. Y la mayoría no somos eso. Somos gente normal. Creo que éste es un lugar que estamos ocupando aquellos a los que nos pasa lo mismo que a todos”.