Nota publicada en Miradas al Sur el 25/03/2012


Entrevista a Marcos Novaro. Sociólogo y doctor en filosofía
“Con Carter empezaron a cambiar las cosas”.Cómo se manejaron la embajada de EE.UU. en Buenos Aires y el Departamento de Estado antes y después del Golpe.
Marcos Novaro es sociólogo y doctor en Filosofía por la UBA. Dirige el Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani y escribió, entro otros libros, La dictadura militar (1976-1983) y Cables secretos. Operaciones políticas en la Argentina de los setenta. A partir de la investigación de archivos desclasificados, Novaro revela los entretelones que hubo antes y después del golpe de Estado de 1976 en la embajada de EE.UU. en Buenos Aires y en el Departamento de Estado. Las dificultades que tuvieron las autoridades estadounidenses para adoptar una posición frente a la dictadura y la represión que se puso en marcha. En diálogo con Miradas al Sur, Novaro señaló: “En el golpe del 24 de Marzo de 1976 tuvieron muy poca incidencia los factores externos y en particular, lo que era la diplomacia norteamericana del momento. Fue un golpe de Estado gestado, sobre todo, localmente.”
–¿Qué diferencias hubo con el golpe realizado en Chile por Pinochet?
–Una diferencia abismal. Allí sí resultó fundamental el apoyo norteamericano. Pero en el caso argentino, la diplomacia norteamericana tuvo una importancia marginal. Básicamente, la de “no intervención”. El Departamento de Estado puso particular interés en no repetir el episodio de Chile y buscó que nada pudiera implicarlos. Es como que plantearon: “No queremos quedar involucrados en esto”. Después está la cuestión sobre derechos humanos. Si bien es cierto que recién con James Carter empezaron a cambiar cosas, por entonces ya había mucha presión del Congreso norteamericano para que Henry Kissinger no siguiera involucrando a EE.UU. en golpes de Estado.
–Igual hubo una reunión entre Kissinger y César Guzzetti, el canciller argentino, donde el secretario de Estado le dijo “apuren todo antes del cambio”.
–Sí. Después hubo toda una discusión en la Cancillería argentina porque, según las crónicas, Guzzetti había vuelto eufórico de esa reunión, diciendo: “Nos han dado carta blanca hasta que cambie la administración en el ’77”. Ya entonces en la embajada empezaban a dar señales a Kissinger de que las cosas se estaban poniendo muy mal en Argentina. Y que semejante aval era muy peligroso.
–¿Esa aprobación fue esperada por los militares?
–Asumir que Kissinger estaba dando una carta blanca era una señal que los militares tomaron con mucho entusiasmo. Pero el gobierno de facto no estaba esperando esa aprobación para actuar. De hecho, ya estaba actuando desde antes y seguiría actuando durante el ’77. Respecto a cuánto moderaron la represión con el cambio, es discutible. Así como el planteo sobre si podrían haber matado mucha más gente. Contrafácticamente, ¿podríamos decir que si el cambio de administración hubiera sido en el ’76, los militares habrían hecho otra cosa? Diría que no. Creo que los militares nunca se tomaron demasiado en serio las preocupaciones de Carter. Incluso, los más occidentalistas y los más pro-Washington, como Videla, creyeron que se podrían llevar bien con Carter porque los demócratas nunca habían sido demasiado críticos de la aplicación de derechos humanos en el Tercer Mundo. Asumieron que podían tolerar ciertas críticas porque los norteamericanos sólo estaban haciendo un poco de “relaciones públicas”.
–¿La embajada de EE.UU. ya sabía en el ’78 que los desaparecidos eran más de 22 mil?
–Aunque los números pueden ser discutidos, dependiendo de dónde se los analice, la escala masiva de la represión se conoció muy tempranamente. Lo más significativo es que ellos estaban cruzando información, que la Junta les estaba mintiendo alevosamente, que registraban que la represión era masiva y que consistía prácticamente en la muerte de los detenidos.
–¿Por qué permitieron el ingreso de la CIDH?
–Primero porque creían en la promesa que les daba el gobierno norteamericano sobre que el informe no sería demasiado crítico. Además creían que sería mejor un informe hecho por una comisión que hubiera estado aquí que uno realizado desde el exterior, que sería más lapidario. Pero se equivocaron, porque la sociedad argentina respaldaría luego su versión de las cosas. La Cidh vino, habló con políticos, abogados, jueces y todos le dieron más o menos la misma versión: que la guerra terminó y que la sociedad está de acuerdo con el régimen. El régimen no se equivocó. Pero no esperaban las movilizaciones eficaces de los familiares. Finalmente, la Cidh se llevó el testimonio de las víctimas.
–¿Por qué sacaron a Tex Harris luego de la visita de la CIDH?
–Esa fue una pelea interna en el Departamento de Estado, entre sectores de Patricia Derian y Terence Todman, el subsecretario de Asuntos Interamericanos, en la que ganó este último. Pero también se debió al cambio de prioridades por el estallido de la revolución en Irán y Afganistán que llevó a que los norteamericanos se focalizaran en una política que apuntara más al bloque soviético y estuviera menos atenta a América latina.