
Chunchuna, sex symbol de los años ’60, en la propaganda de un producto nuevo para esos años.
La actriz pone la lupa sobre las causas de la inseguridad tan temida, y critica al jefe de Gobierno de la Ciudad: “Macri me parece de cuarta”
Por Felipe Deslarmes mailto:Deslarmesmcultura@miradasalsur.com
Elba Chunchuna Villafañe (69) es una mujer multifacética que encontró en la actuación un reconocimiento local e internacional que ni soñaba cuando era pupila (tiempos en los que pensaba ser monja), ni cuando trabajaba en el Correo Central, y ni siquiera cuando se convirtió en un sex-simbol gracias al modelaje y la publicidad. Tampoco lo esperaba cuando fue amiga del padre Mugica, ni cuando viajaba en el “Avión Negro” que trajo a Perón de regreso al país después de 18 años, ni desde el exilio en 1976. Supo ganarse un espacio como actriz e integró el elenco de películas importantes en la filmografía argentina (entre ellas La Historia Oficial, ganadora del premio Oscar 1985 al mejor film de habla no inglesa). Hoy, desde la tranquilidad de su casa en el partido de Vicente López, en una charla íntima con Miradas al Sur, repasa su vida y habla de Tratame bien (miércoles 22.45, Canal 13), tira en la que participa y que protagonizan Julio Chávez y Cecilia Roth.
–¿Por qué, Chunchuna?
–A mi mamá le decían Chunchuna, fue un sobrenombre que le había puesto su papá, pero se ve que a mí me gustó tanto que una de las primeras frases que dije fue “Yo Chunchuna”, y me quedó. Nunca usé Elba, aunque algunos amigos de la facultad, para cargarme, me llamaban así.
–¿Cómo es su papel en Tratame bien?
–Tratame bien es una propuesta muy interesante, con un libro que sale de lo común. Es una obra vinculada a lo real, dentro de la sociedad de clase media. Ahí hago de Mercedes, la mamá de Sofía, el personaje de Cecilia Roth (ya había cumplido ese rol con ella en Vidas privadas, la película de Fito Páez). Mercedes es una psicóloga que vive sola desde que su hija se casó, hace 20 años, con José (Julio Chávez), un tipo que no es de su gusto. Mi papel es corto, pero me gustan mucho los actores y el director (Miguel Barone), con quien ya había hecho Mujeres asesinas. Es un director joven con mucha imaginación y que está en el cambio de lo que es la televisión de hoy.
–¿Cuál es su relación con sus personajes?
–Yo, como actriz, trato de defenderlos, siempre. Entonces, si son malos, busco mostrar por qué son así. En el caso de Mercedes, su hija puede no verla por años, sus nietos no van nunca a su casa y está sola con su profesión. Así que, cuando aparece Sofía, le dice: “¿Ahora porque tenés un problema yo tengo que cambiar toda mi vida? No!”.
–¿En qué se inspira para hacer sus personajes?
–Yo siempre me inspiro en mí. Lo que pasa es que yo creo que más allá de que uno tiene una personalidad particular, uno es muchas personas a la vez y puede poner la lupa en una de ellas para desarrollar un personaje. Uno puede hacer sustituciones y poner en su personaje una emoción que de alguna manera uno experimenta por otro lado.
–Justamente por eso, ¿recurrió a la relación con sus hijas o con su madre para construir a Mercedes?
–No, la verdad es que no pensé en ellas. Traté de pensar en una mujer independiente, sorprendida de este acercamiento, y al mismo tiempo pensé en cómo sería yo si fuera psicóloga.
–¿Qué diferencias encuentra como actriz entre el teatro y la televisión?
–Creo que el teatro da muchas más posibilidades al actor, donde vos sabés que todas las noches tenés que decir un mismo texto y que durante un determinado tiempo, todas las noches, sos un personaje. Por eso para mí es muy importante el cómo entra una en escena. Si te sale “tack!” (golpea con el canto de una mano la palma de la otra) todo se desarrollará con naturalidad. Si falla, aunque después tengas posibilidades de volver a engancharte, nunca será igual. Pero en televisión eso no se da, si entraste mal, entraste mal y chau. Suele tomarme un tiempo adaptarme al personaje y a medida que va pasando, me siento cada vez más en el papel. Siempre digo a mis amigos que no vengan al estreno; que vengan un día después o una semana después, pero no al estreno.
–¿Cómo es su relación con sus hijas Juana e Inés?
–Soy la mamá. No soy amiga de mis hijas. La amistad la tengo con mis amigas, de mi misma generación. No me gusta contarles mis cosas íntimas. Ellas me ven a mí como a su mamá.
–¿Y con su madre?
–Con mi mamá todo fue muy difícil. Y tal vez por eso me complica tanto ser mamá. Cuando yo tenía 12 años, se fue de casa. Se fue. Consideró que ya había terminado con lo suyo. Algo que hoy admiro de ella, pero que recién pude entender después de hacer psicoanálisis. Como hija, me acuerdo de la sensación de abandono total que tuvo que ver bastante con la formación de mi personalidad. Pero reconozco que en la época en la que ella hizo eso, fue de una valentía incalculable. Hoy entiendo que lo que no me gustaba tenía que ver con cosas egoístas mías.
–En ese momento, a los 12 años, fue cuando entró a un colegio pupila. ¿Cómo fue que pensó en la posibilidad de ser monja?
–Era el colegio Sagrado Corazón, que es donde estuvieron las primeras tercermundistas –me enteré de eso estando afuera–. Me gustaba mucho y me dije: “Acá me tengo que quedar para siempre”. Pero cuando lo planteé me dijeron que “de ninguna manera; primero hay que salir el mundo, después, si quieres, volvés”. Pero no volví.
–¿Cuando apareció la posibilidad de modelar?
–Yo trabajaba en el Correo Central en el área Arquitectura mientras estudiaba esa carrera. Y ocurrió que mi primer marido, Horacio Molina, tenía un hermano que tenía una productora y que necesitaba una rubia para una publicidad de algo para el pelo. Insistió para que la hiciera yo. No quería, pero acepté. Me acuerdo que me preguntaba “¿cómo puede ser que paguen todo esto por un solo día de laburo y por hacer una estupidez así?”. Nunca le di importancia como laburo, y por eso me fue tan bien. Cuando vos querés algo, cuesta avanzar, porque como lo deseás, te agrarrás de lo que sea para ver si hay una posibilidad… pero cuando no te interesa, sale solo. Al menos ésa es mi experiencia.
–¿Cómo fue que logró agremiar a las modelos?
–Yo en el trabajo hacía contratos pero además, el marido de mamá era abogado. Cuando yo llevaba un papel para que firmaran en la agencia, ya decía cómo y cuándo tenía que cobrar. Un día noté que había chicas que llevaban regalos para caer bien... y me dije ¿qué es esto? Yo era muy naïve y pensé que lo que yo hacía podría servir a otras. Me puse en contacto con mis pares y empezamos a generar conciencia, pero logramos hacer una asociación (la Asociación de Modelos Argentinas), no un gremio. Llegó un momento en que me cansé, porque todo esto lo hacía gratis y encima un día un grupo de modelos nuevas habló pestes de nosotras en TV. “Acá terminé”, y me fui. Yo lo hacía porque siempre me gustó eso de pelear por justicia. Tiene que ver con mi carácter.
–¿Cómo fue que llega a participar en El Guapo del 900?
–Recuerdo que le pregunto al director (Lautaro Murúa) qué tenía que hacer y me dice (imposta la voz, imitándolo): “Usted tiene que caminar nomás”. Y cuando vi la película, vi eso, que sólo caminaba. Horroroso. Pero noté que me gustaba mucho eso de ser actriz. Y empecé a tomar clases con Agustín (Alezzo).
–¿En que momento se hizo peronista?
–Siempre fui peronista. Papá era militar y aunque en casa no eran antiperonistas, no se hablaba de política. Pero en casa del hermano de mamá sí. Y me acuerdo que cuando tenía 16 o 18 años, estaba todo el peronismo histórico metido ahí todo el día; inclusive (John William) Cooke. Me acuerdo que entraba y en medio del humo me decían: “¿Te siguieron? ¿viste algún taxi?”. Claro, eran los años posteriores al ’55. Pasaba horas ahí. Oía algunas cosas y me gustaba de lo que se hablaba, y estaba de acuerdo. Me acuerdo que un día le hice una pregunta a mi tío... (hace una pausa y se le aflauta la voz) hasta me emociona ahora, cuando me acuerdo (se detiene, se esfuerza por no llorar, pero no lo logra). ¡Ay! Qué boluda! (toma aire y vuelve)... porque como todo el mundo hablaba tanto de la cultura, yo me preguntaba ¿qué carajo es la cultura? Y un día se lo pregunté, temerosa, porque para mí, así rubia y de ojos celestes, y nunca metida en nada, yo me veía como la estúpida de la familia... y me dijo: “El gaucho es la Pampa!”, y me dejó ahí, libre. En ese momento no entendí nada, pero después sí. ¡Claro! La cultura es el lugar donde vivimos, son nuestros gestos, nuestras costumbres, nuestras raíces. Verdaderamente es así. Así que ahí fue, quizás, que empecé a ser peronista.
–¿Cuál fue su relación con el padre Mugica?
–Extraordinaria. Él fue un hombre extraordinario. Y fue terrible para mí cuando lo mataron. Lo quería mucho. Una de mis hijas tomó la comunión con él, en la villa. Carlos era un chico apenas más grande que yo. Lo veía como un tipo re-joven que iba y venía, y que con una sencillez increíble decía cosas geniales. Me enseñó que cuando vos das, te sentís bien; como cuando podés ayudar a un amigo. Me acuerdo que su familia vivía en un piso genial en Recoleta y él se fue a la villa donde había un olor a cloaca que te mataba. Y me acuerdo de los jóvenes de la villa que eran extraordinarios, pero todo era por él. Él no bajaba los brazos nunca y no hacía maravillas, pero decía cosas que son lógicas. Y no es que todo era perfecto, como sueña la izquierda, no. Era lo que había. Y me gustó mucho siempre eso de hacer, con lo que se tiene, lo mejor que se puede.
–Justamente, ¿cómo ve el trato del actual gobierno de Buenos Aires con la villa 31?
–Ahhh, me pareció de cuarta que manden no sé cuánta gente a hacer un censo... (se indigna) pero todo Macri ya me parece de cuarta... y lo podés poner así. Me parece de cuarta Macri y toda la runfla que reclama que “la seguridad” y blablá. La violencia está en todas partes. Acá a la gente hay que darle de morfar. Y el tema es ver cómo se puede hacer para que haya menos hambre y menos diferencias de clases. Pero en cambio acá, hacen muros. Si yo estuviera detrás del muro y muerta de hambre, ¿sabés el odio que tendría? Es la exclusión, el desprecio, la humillación y el sentir que no sos nada lo que genera esa violencia. Seguro pensaría: “Si yo no soy nada terminemos esto, total qué me importa. Te mato. Si no soy nada, todo da igual”. Me imagino al chico que fue creciendo y sólo recibió desprecio ¿Le importó a esa mujer bien que hoy golpea la cacerola pidiendo seguridad lo que le pasó ese chico? ¿Se comprometió antes con ese ser humano o sólo se limitó a pagar sus impuestos? Pero la violencia de hoy es fruto del abandono de la niñez y de la juventud. Porque también hay chicos muy violentos en familias muy acomodadas, donde también los chicos están solos. Creo que es muy importante el amor y esa actitud de tener el corazón en la mano, y no la billetera. Está bien que uno tiene que pagar cuentas, pero no es lo único en la vida. ¿Nos estamos preguntando para qué hacemos las cosas si no les dedicamos tiempo a nuestros hijos?
–Le cambio de tema. ¿Cómo fue el exilio?
–El exilio siempre es muy difícil. Extrañás todo, desde el colectivo 60 hasta los gestos de la gente. Tenés una pérdida de identidad total. Sos otro. Recién ahí te das más cuenta de lo que es la cultura. Nosotros veíamos a unos que venían caminando y a dos cuadras nos dábamos cuenta de que eran argentinos. Es hasta la forma de caminar.
–Una vez de vuelta, ¿cómo fue el encuentro con Luis Puenzo y la propuesta de participar en La historia oficial?
–El encuentro con Puenzo fue genial, porque nos cruzamos por la calle, en el centro, y cuando me vio me dijo “¡Ay! Estoy por hacer una película y vos podrías hacer un personaje, pero no estoy muy seguro si es para vos”, y recuerdo que pensé “Ufff, debe ser un plomazo”, creyendo que quería que hiciera de señora bien o de casquivana. Pero le pedí que me enviara el libro y me dijo que lo haría, anotó algo por ahí, nos saludamos y chau. Cuando lo leí, me caí al piso. Y cuando vi mi papel lo llamé y le dije “¡Ya lo quiero hacer!”. Y él que no, que “creo que vos no vas a poder” y yo que “sí voy a poder, y te hago las pruebas que quieras” y como insistí tanto me hizo una prueba. Ese día me sabía el texto que tenía que decir con Norma Aleandro de pe a pa, y como en París había estado con Madres de Plaza de Mayo, estaba empapada de cómo lo habían vivido, de cómo lo contaban... hasta tenía grabaciones... y me acordaba de aquel tío mío que, cuando contaba las cosas que había pasado en la cárcel, las contaba riéndose. Y recuerdo una discusión con Puenzo en la que decía que para mí, esto se lo tenía que contar riéndome... y me dijo: “No. Porque se lo contás a tu íntima amiga”. Fue genial esa indicación. Te cambia todo. Tuve esa prueba y otra más para que su equipo la apruebe. Y finalmente otra más con Norma Aleandro. Y recién ahí dijo que sí.
–¿Considera que hay una función social del actor?
–Sí. Por supuesto que también está la cosa egoísta de “Yo solamente voy hacer cosas buenas”... a veces se puede, otras no. Hay veces en que uno necesita pagarle al panadero, también. Pero creo que en absolutamente todas las profesiones siempre hay una responsabilidad, y creo que esa responsabilidad está en ser coherente, en ser verdadero, en no afanar, en tener una actitud.
–¿Qué opinión le merecen algunas mujeres de la política como Carrió, Michetti, Chiche Duhalde y Cristina Kirchner?
–La que más me gusta es Cristina Kirchner, aunque siento que hay cosas de ella que no me gustan... y no sé si es que no las puede hacer o si es que hay mucha presión, muchos impedimentos. Realmente no lo sé. Pero de Carrió me parece que todo lo que me gustaba antes, ya no me gusta más. Me parece que se fue de un lado al otro; me parece que se bandeó. De Michetti no me gusta nada, pero nada de nada. Y quien sí me gusta mucho es Alcira Argumedo (3ª en la lista de Pino Solanas). Me encanta todo lo que dice desde hace años, y le creo. Es decir, si pudiera, votaría a Alcira Argumedo. Por otro lado, y contrario a lo que dicen muchos, a mí Cristina me parece que piensa mucho más por sí sola, que es bastante independiente, aunque en algunas cosas coincida con su marido. No la veo como un apéndice de Kirchner, pero a Chiche sí la veo como un apéndice de Duhalde. Igual, no hay ninguna como Evita.