Publicada en SUR el 08/03/09

Sur- Internacionales
La tribu que pasó de la Edad de Piedra a la República bolivariana
Una médica argentina trabaja en la Amazonia con los indios Yanomami.

Por Felipe Deslarmes

Los Yanomamis son una de las 32 etnias que habitan la República Bolivariana de Venezuela, específicamente en los actuales estados venezolanos de Bolívar y Amazonas, límite con Brasil. Plena selva. “Los Yanomami vivían en equilibrio con su medio, pero este equilibrio se fracturó a partir del abuso sufrido en manos de grupos norteamericanos encubiertos como misioneros que utilizaban a los indios tanto para extraer riquezas como para usarlos como conejitos de indias con medicamentos”, relata Micaela Montero, la médica argentina que los asiste, en una zona a la que sólo se accede en helicóptero.

En Venezuela, en la frontera con Brasil se encuentra en el parque nacional Parima Tapirapeco, donde viven unos 22 mil integrantes de pueblos originarios de la etnia Yanomami que conservan costumbres de la Edad de Piedra. Comen lo que logran recolectar de la naturaleza, pescan, y cazan con arco y flecha, pero siempre comparten lo obtenido con su comunidad que cuenta entre 30 y 100 personas. Son nómades y no suelen estar más de dos o tres años en un mismo lugar que es cuando la tierra agota sus posibilidades de cultivo. “El hombre blanco o Nape como suelen llamarlo despectivamente en dialecto Yanomami, ha abusado siempre de ellos y de su territorio, un lugar único en el mundo con una biodiversidad y reservas naturales aún vírgenes”, afirma Montero. En medio de esa selva, en lugares tan distantes de lo que llamamos civilización, ella los auxilia.

La doctora Montero nacida hace 32 años en el exilio de sus padres argentinos, en Perú, llegó a los 7 años a la Argentina con la restauración de la democracia. Se nacionalizó argentina y se crió en Mendoza y cuando ya había terminado el segundo año de Medicina en la Universidad de Cuyo leyó en un diario nacional sobre la convocatoria del gobierno cubano para realizar la carrera de médico en Cuba. Dejó todo y se fue. Vivió en Cuba 8 años y se recibió allí. Por sus altas calificaciones fue de los 5 médicos elegidos entre 1.000 para recibir su diploma de manos del Fidel Castro. Hoy forma parte de un contingente de médicos cubanos que colaboran con Venezuela.

–¿Cómo es su trabajo allí?
–Al principio fue difícil el contacto con ellos, y creo que me gané su confianza cuando me tocó asistir a una adolescente parturienta a la que tuve que seguir hasta su pueblo porque sus tías se negaron a que la atendiera en la salita. Pero ahora que ya estamos en confianza, ayudo a curar heridas y hasta les doy clases de primeros auxilios, o pedir un helicóptero para el caso en que haga falta una internación hospitalaria.
–¿A qué se debe la desconfianza con el hombre blanco?
–Los Nape que es como llaman a los extraños o extranjeros, son los que han venido buscando lugares clave como este, ricos en reservas de agua, petróleo, oro, diamantes, esmeraldas y biodiversidad.
–¿Dónde viven?
–Arman sus distintos Shaponos o chozas a los largo de territorios por donde se van relacionando entre sí, lo que logra que existan lazos de consanguinidad entre todos ellos de una u otra manera, y que compartan rituales y fiestas donde todo gira al rededor de las cacerías y de la muerte. Ellos rinden culto a la muerte, y no así a los nacimientos porque están tan propensos a la mortalidad en los primeros tres años de vida que, por ejemplo, recién les dan un nombre cuando cumplen los 3 años; mientras tanto es nombrado el niño como “hijo de tal”.
–¿Cómo se organizan?
–El Chapori es el chaman, dueño de las respuestas de los misterios de los embrujos y las enfermedades, a ellos confían sus vidas… recién después vienen a nosotros, ¡claro! Los capitanes son los caciques, que siempre son los más sabios y los más viejos, y en verdad gozan de mucha sabiduría. Son eminentemente una sociedad patriarcal, y al agudizarse los factores de miseria como el hambre, son los más frágiles de los sectores de su sociedad, o sea niños y mujeres, los que más sufren y esto se plasma en sus guerras que son al extremo sangrientas a punta de flechas y machetes. Las mutilaciones y castigos sufridos por sus mujeres son terribles. Todo esto es una respuesta natural y, psicológicamente hablando, resultado de esta situación de carencias que viven. Pero he podido comprobar que en las sociedades que no han tenido contacto con el Nape y que están mejor alimentados, la violencia se reduce al mínimo.